El desarrollo ha traído multitud de consecuencias favorables para los seres humanos, sin embargo, este mismo desarrollo en campos como los de la tecnología o la industria ha condicionado una exposición involuntaria de las personas a diferentes productos químicos, llevando a un considerable aumento de la contaminación ambiental tan peligroso para nuestra salud.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima ya que un 23% de las muertes que se producen en el mundo están relacionadas con factores ambientales como la contaminación del aire, del agua o del suelo, la exposición a productos químicos, el cambio climático o la radiación ultravioleta.
La mayor proliferación de productos químicos en nuestro entorno va de la mano con la aparición y afección de enfermedades crónicas y es que estas sustancias tóxicas llegan a acumularse en nuestro organismo acabando por afectar sobre su salud. Se trata de sustancias presentes en nuestra vida cotidiana mediante ropa, alimentos, en el hogar o en el trabajo y que nos hacen estar continuamente expuestos.
En esta relación con los productos químicos podemos encontrar la causa de patologías como la fatiga crónica, la fibromialgia o la que hoy nos ocupa, el síndrome de la sensibilidad química múltiple (SQM).
¿Qué es el síndrome de la sensibilidad química múltiple?
La Sensibilidad Química Múltiple (SQM) o Intolerancia Ambiental Idiopática (IAI) es un trastorno en la respuesta de algunas personas frente a unos determinados agentes y componentes que se encuentran en el medio ambiente, los alimentos, la ropa o los medicamentos, que está reconocida como enfermedad en España desde noviembre de 2015.
Cuando hablamos del síndrome de la sensibilidad química múltiple lo hacemos de una enfermedad crónica, debido a que las personas que la padecen pierden la tolerancia a diferentes sustancias químicas con las que interactúan de forma habitual. Estas sustancias químicas están presentes en productos de limpieza, detergentes, gasolina, perfumes o plaguicidas.
En los últimos años se ha ido experimentando una mayor incidencia de esta enfermedad, y es que más del 15% de la población general presenta mecanismos de respuesta a diferentes estímulos de tipo químico o ambienta. De ese pico poblacional, un 5% superan la adaptación del organismo generando algún tipo de manifestación.
Síntomas del síndrome de la sensibilidad química múltiple
Algunos de los síntomas que presentan personas que padecen esta enfermedad crónica son la fatiga, mareos, alergias, picores, náuseas, desmayos, alteraciones de tipo cardiovascular como astenia, taquicardia, sudoración, hipertensión o hipotensión; dolores musculares, problemas gastrointestinales, problemas endocrinos como diabetes o alteraciones en las tiroides; problemas de memoria y falta de concentración, problemas dermatológicos, sensibilidad visual, sensibilidad auditiva, insomnio o cefaleas entre otros muchos.
¿Qué causa el síndrome de la sensibilidad química múltiple?
Los agentes que causan esta enfermedad son variados y no están relacionados entre sí, pero están muy presentes en nuestro día a día y forman parte de nuestra cotidianeidad. Los más habituales son:
- Productos de limpieza del hogar: lejía, amoníacos, limpiacristales o friegasuelos.
- Productos de cosmética e higiene personal: colonias, jabones, gel de baño, cremas corporales, laca o champús.
- Disolventes y pinturas: acetona, barnices o pegamentos.
- Humos: tabaco, barbacoas, cocción de alimentos o incendios.
- Alimentos: maíz, residuos de plaguicidas, colores artificiales, edulcorantes, conservantes, ceras de protección o material para el empaquetado.
- Fármacos: barbitúricos, diluyentes, aceites, lociones, laxantes o vitaminas.
- En espacios cerrados: ambientadores, humos de velas, incienso o tinta de periódicos o revistas.
- En espacios abiertos: gasolina, asfalto, alquitrán o el humo de los tubos de escape.
- Intolerancias ambientales: exposición al sol, a las ondas eléctricas, a las ondas magnéticas o a las ondas sonoras.
Tratamiento de la enfermedad
El síndrome de la sensibilidad química múltiple no tiene un tratamiento específico que permita corregir la enfermedad o disminuir sus efectos, sin embargo es posible mejorar la calidad de vida de quienes la padecen y controlar sus síntomas. Para ello, hay que evitar emplear cualquiera de los productos a los que la persona sea hipersensible, evitar los espacios húmedos y la exposición a ambientes irritantes y evitar acceder a lugares con aromas muy intensos.
Del mismo modo se aconseja utilizar mascarillas, hacer uso de purificadores, sellar puertas y ventanas, reducir la contaminación electromagnética y utilizar otros sistemas de limpieza y purificación diferentes a los tradicionales químicos.
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